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jueves, 26 de agosto de 2010

Soledad


Había una vez una niña que tenía miedo a la oscuridad, a los monstruos, al hombre del saco,... "¡Pues como todos los niños!" (pensaréis). Y es que en realidad esta no es una historia sobre una niña, sino sobre todos los niños del mundo y ahora veréis por qué.

   Conforme la niña iba creciendo y ganaba seguridad en sí misma los miedos poco a poco desaparecían. Llegó a pensar que algún día no tendría miedo a nada ni a nadie, pero justo cuando ya podía decirse "no tengo miedo" comenzó una batalla: la batalla consigo misma.
   Había crecido, era independiente, ambiciosa y luchadora, pero le aterraba estar sola. Cuando estaba sola su mente daba vueltas y más vueltas sobre auténticas banalidades que llegaban a tener una importancia vital de tanto pensarlas. Cuando estaba sola se enfrentaba a sí misma y no había nada que le aterrase más que verse tal y como era, pero su mayor defecto era, precisamente, que no veía más que sus taras...
... y los que estaban cerca de ella la adoraban. ¿Paradójico?

   Todos crecemos y perdemos miedo a algunas cosas. Esos miedos que perdemos dejan paso a otros nuevos y es que es ley de vida. Si encontráis a alguien que diga que no tiene miedos probablemente sea porque tiene tantos que no sabe por dónde empezar para solventarlos. 

   Hay que coger el toro por los cuernos y enfrentarse en primer lugar a uno mismo y luego a lo demás. El primer paso para resolver un problema es reconocer que lo tienes y el mayor error caer en un bucle infinito.

martes, 24 de agosto de 2010

Concierto para dos violines


   El amor de verdad... era sincero e inocente: no eran más que unos adolescentes, unos crios en realidad.
La sensación de aquel primer beso en el cuello Inés la tenía olvidada hasta que un dia, pasados los años, habló de Antonio José. A penas se acordaba de él hasta que su hermano le preguntó por la historia. Fue una historia bonita, sencilla, entrañable...

   En el autobús se sentaban juntos Antonio José e Inés y había algo mucho más allá de lo carnal, se miraban a los ojos y se veían realmente como eran. El beso del que antes hablaba, el que luego desembocó en los labios, era el más entrañable que había sentido Inés jamás.
Pasó, después del encuentro del autobús meses sin saber nada de Antonio José, pero anhelando volver a probar la sinceridad de sus labios. Finalmente se volvieron a encontrar, pero sus vidas habían cambiado demasiado y pese a que se declararon sus recíprocos sentimientos no fue posible que de ahí surgiera una relación. Las circunstancias les obligaron a separarse, pero esta vez sí es cierto que fue bonito mientras duró.

   Conforme Inés le contaba todo esto a su hermano se dio cuenta que no volvería atrás para cambiar nada de lo que sucedió porque era una bonita historia tal y como sucedió. Habían pasado años y hasta ese momento ella no pudo ser consciente de que aquél fue su primer amor pese a que ella anteriormente ya había estado con otros chicos. Fue un amor fugaz pero sincero y todo lo que Inés recordaba de Antonio José era bonito: no había malicia, intereses, prejuicios... simplemente eran ellos mismos y quizás por eso aquel primer beso en el cuello ella lo recordaba como el más entrañable.
   Pese a que ya no sintiera nada por él (excepto un cariño verdaderamente sincero) nunca olvidaría Inés esa sensación dulce, tierna, inocente...

viernes, 20 de agosto de 2010

El cazasueños





   Había una vez una joven bastante incrédula y desconfiada a la que paseando por una feria esotérica una bruja le regaló un cazasueños.
"Dicen que los cazasueños sirven para ahuyentar las pesadillas y que sólo entre la energía positiva." - Dijo la bruja.
   Como no se puede decir que no a un regalo la chica se lo quedó y lo colgó en la ventana de su habitación.

   Lo cierto es que pese a que no se dejaba sugestionar por todo aquello que parece tener un trasfondo relacionado con la magia y el mundo esotérico le tenía bastante respeto. Es más posible que no quisiera creer que el hecho en sí de que no creyese.

   Pues bien, la verdad es que las pesadillas no cesaron, pero comenzaron a reducirse sustituyéndose por  sueños no demasiado relevantes pero imprescindibles.
Una noche, en su descanso apareció un monje budista que le dijo: "Si amas algo de verdad déjalo marchar. Si no vuelve es que nunca fue tuyo."
   Ese sueño marcó su vida para siempre: en la mayoría de las decisiones que tomaba a nivel personal aplicaba la sabia expresión que un monje una vez le mencionó. Siempre pensó, a partir de entonces, que el cazasueños había atraído al budista para ayudarle a tomar decisiones en su vida.

   Lo cierto es que pasó toda la vida mirando el cazasueños antes de acostarse para atraer al monje y que le aconsejara de nuevo: nunca sucedió.
   Su vida no la cambiaba el cazasueños, era ella quien llevaba el timón de su propio barco.