Un lugar donde todo es posible y la ilusión es el combustible...

miércoles, 21 de abril de 2010

Dum-dum....




   Dumdum dumdum dumdum.... siento el bombeo de mi sangre por ese órgano al que llaman corazón. La ansiedad me agobia. Necesito... salir. ¡Eso es! ¡Me voy! Me levanto de la cama, me pongo lo primero que pillo y ¡a la calle!
  
   No puedo dejar de andar, voy sin rumbo aparente aunque deseo llegar a un destino pero, ¿cuál?. Camino, camino más y más deprisa. Miro a todas partes pero no veo nada. No huelo el aire contaminado por el humo de los coches, no oigo ruidos de sirenas ni cláxones. Sólo oigo a mi cerebro decirme: ¡sigue!. No reconozco si quiera a la gente con la que me cruzo, no hago caso ni del teléfono ni de semáforos.... mi mente va más deprisa que todo eso. Mis neuronas van por delante de mis pies.
  
   Cada vez necesito ir más y más deprisa, pero no puedo correr. Por suerte, para entonces ya he salido de la ciudad y estoy enmedio del campo.
   Intento gritar pero es tal el nudo de mi garganta que no me sale ni un mísero hilo de voz. Toda esa rabia que no es capaz de canalizarse a través de mis cuerdas vocales se focaliza de golpe en las cuencas de mis ojos.
   Me siento en una piedra y lloro: dejo correr mis lágrimas a su libre albedrío por mi rostro.

   Cuando casi no puedo respirar y ya he gastado todas las reservas de líquido que tenía llega ese olor... mmm .... romero... Me voy buscándolo con el olfato más que con la vista y arranco una ramita. Lo huelo profundamente, me siento en la misma piedra y me cae la última lágrima.

   Alzo la vista y como por arte de magia todo ha cambiado. Estoy tranquila y puedo respirar con facilidad. Ahora a penas lo noto: dum....    dum.....        dum.........

lunes, 12 de abril de 2010

Rumbo al cielo


   Quiero volar. Seguramente si fuese una niña os parecería lo más normal del mundo, pero no lo soy
   Quiero pensar que puedo volar. Así hablaría si estuviera pasando por esa fase pre-adolescente que no te deja saber con claridad qué eres exactamente y en la que comienzas a dejar de creer en lo increible: no es el caso.
   No puedo volar. Es lo que piensas cuando, siendo un adolescente empiezas a ser realista.

   Ahora sé que quiero volar y quiero pensar que puedo volar pero sé que no puedo hacerlo.
   Soy una soñadora y eso tiene sus cosas buenas. Pero serlo implica darme de bruces con la realidad cuando no sé cómo alcanzar lo que tanto anhelo. Se supone que encontrar el equilibrio forma parte del aprendizaje pero, ¿existe el equilibrio?; y si es así ¿dónde está?. No voy a esperar a que llame a mi puerta porque no lo va a hacer; por contrario dicen que no hay que buscar las cosas que a la vida le pides porque puede que en algún momento te lleguen.
   ¿Se supone que tengo que dejar de soñar porque mis sueños no se cumplen?

   Por si acaso, aunque sepa que no puedo volar sigo queriendo hacerlo, así que prefiero pensar que puedo.

lunes, 5 de abril de 2010

Érase una vez un cuento que nunca fue narrado...

 Érase una vez un cuento que nunca fue narrado, cuya princesa nunca creció en un palacio que jamás existió.
   Los sueños que tuvo nunca se hicieron realidad en el reino que jamás tuvo lugar pese a que la princesa podía acceder a toda la nada. No tenía nombre ni un carruaje con lacayos a los que dominar. La vestían doncellas que sólo existían en su mente con los más bellos jubones y almidonadas enaguas que sólo ella podía imaginar.
   No tenía nada, pero era una princesa.

   Probablemente sus aventuras transcurrían mientras paseaba por el Jardín de las Delicias y puede que su mejor amiga fuese Madame Pompidou, pero es algo que nunca podremos asegurar.

   Sólo existía un elemento real en su vida: todas las noches tenía un sueño, el mismo luna tras luna.

   Él no era su príncipe azul, ella no quería a un príncipe. Era todo un caballero, una persona normal pero diferente al resto: sabía hacerle reír, le daba los abrazos más maravillosos del mundo y la miraba como nadie, jamás antes, lo había hecho.
   La princesa no sabía comportarse en su presencia. Se ponía nerviosa y normalmente acababa haciendo o diciendo la primera tontería que se le pasaba por la cabeza, pero su pretendiente sí sabía dominarla.

   Los labios del hombre que deseaba, su sonrisa y sus ojos le hacían soñar con lo que finalmente terminaría sucediendo....


Siempre ocurría lo mismo:

   Iban paseando y él le cogía la mano izquierda con firmeza pese a su palpable nerviosismo. Entonces se miraban a los ojos, nunca de manera lasciva pero sí con el deseo que un niño mira el escaparate de una bombonería (algo aparentemente invisible les separaba de lo que más deseaban).
   El caballero se giraba hacia ella y le acariciaba sus sonrojadas mejillas, acto seguido su mano derecha llevaba la fina piel de los dedos de la princesa hacia atrás, rodeando su masculino y robusto cuello. Con el pulgar él le acariciaba el labio inferior dejando entrever sus dientes; y a la par que con un brazo le rodeaba la espalda, abandonaba el labio para dirigirse a su nuca.
   Con firme delicadeza la tenía rodeada y entonces era el momento de estrecharla contra sí y terminar fundiéndose en un cálido y anhelado beso.

   Cuando la princesa comenzaba a notar el dulce sabor de la ternura y la pasión; entonces, sólo cuando llegaba ese momento de plenitud focalizado en su pecho....




 ...despertaba.

   Aquella princesa del cuento que jamás había comenzado, nunca había existido. Nada de lo que pasaba en su vida era real excepto el sueño de cada noche. Paradójico, ¿no creen?. Si los sueños no son reales, ¿por qué lo único verídico de una realidad completamente ficticia es un sueño?