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jueves, 29 de diciembre de 2011

La cuenta atrás

Había una vez una princesa de las de carne y hueso que parecía una mujer tan normal como las demás: vestía con vaqueros, salía a pasear, reía y hasta era feliz. Pero lo que nadie sabía y ni si quera podían imaginar es que no era libre...
Se llamaba Aurora y estaba atada a un reloj de arena de un finísimo y delicado cristal por un hechizo del que no se conocía el remedio. El reloj estaba pegado a la mesa durante un año casi entero por un soporte irrompible y sólo quedaba libre durante unos minutos al año. Esos minutos eran de vital importancia para ella, tanto que si no daba la vuelta al reloj en el momento exacto su tiempo se acabaría: moriría. Una vez hecho comenzaba de nuevo la cuenta atrás y así año tras año...
No es tan sencillo como pensáis. Para que el reloj se desbloquease de su soporte los granos de arena que habían pasado ya al otro compartimento tenían que haber  caído siendo bien aprovechados. Podían haber sido vividos de muchas formas intrascendentes, pero en ese caso cada grano desperdiciado se convertiría en un grano perdido y desaparecería instantáneamente. Por el contrario los granos aprovechados al máximo se desdoblarían como si de células realizando la mitosis se tratase justo en el momento de dar la vuelta al reloj. En función de lo que hubiese merecido la pena un año, el siguiente tendría más o menos granos de arena para vivir, lo que se traducía en la práctica en más o menos libertad para disfrutarlo.

Un año más se acercaba la hora de dar la vuelta al reloj...
Los años anteriores había echado a perder muchos granos de arena... cada vez le quedaban menos y Aurora ya no sabía si el siguiente año tendría suficientes como para mantenerse con vida... 
Y llegó la hora.
El soporte se desbloqueó y tuvo que girar el reloj. Con los ojos cerrados le dió la vuelta sin querer saber lo que se le venía encima... De repente el cristal empezó a crujir y la princesa abrió los ojos y rompió a llorar justo antes de que el reloj explotase.
Aurora se desvaneció.
Creyéndose moribunda estuvo varias horas tumbada sobre la arena. Cuando el cuerpo le empezó a doler por mantenerse en la misma posición durante tanto timpo se dió cuenta de que estaba viva.... ¡Más viva que nunca! El reloj estalló por no poder albergar tantísimos granos nuevos. Había sido, después de todo, un gran año; lo había vivido tan intensamente que hasta lo malo fue contrarrestado...

... el hechizo se había roto.... y el tiempo siguió pasando sin ataduras esta vez: se acabó la cuenta atrás.