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lunes, 23 de mayo de 2011

Porque las cosas cambian


La felicidad tiene extrañas formas de manifestarse. Algunas veces resulta ser el primer trago de una copa de vino, en otras encontramos mejor sabor al último sorbo:

  Un día de repente te levantas y te ves cogiendo un tren que no sabes a dónde te llevará y crees que no te importa, pero luego el trayecto te sorprende tanto que no sabes si el destino en sí te importará tanto como el viaje. Resultó que finalmente el destino sí era relevante: el fin de una etapa de tu vida.
  Sabes cuál es tu sitio y quiénes los tuyos, pero al bajar del tren no sabes qué te encontrarás y si el comienzo de algo nuevo te desestabilizará.
  "Lo has hecho bien,"- piensas- "no tienes nada que lamentar. Tenías que coger ese tren y dejarte sorprender por la vida". En el fondo tienes la conciencia tranquila, pero no estás del todo bien. Es una extraña sensación de felicidad nostálgica  por lo que no va a volver, aquello que ya pasó y fue tan beneficioso para ti en su momento. Todo el mundo está orgulloso de ti por haber hecho las cosas tan bien, pero cuando una etapa se acaba no puedes evitar sentir algo de tristeza aunque todo haya salido a pedir de boca.
  Lo que no he dicho es que cuando algo bien hecho termina comienza la recompensa, y tú no lo esperabas, pero al bajar del tren encuentras a un amigo con los brazos abiertos dispuesto a darte lo que te has ganado durante tanto tiempo: un buen abrazo. El fin del viaje no suponía un salto para pisar suelo de nuevo pues sus brazos enlazaron a la perfección sendas etapas cual eslabones de una cadena.

Siempre podrás recordar cómo olía aquél vino y creo que en esta ocasión el mejor trago ha sido el último

...  la felicidad, pese a saber a nostalgia, estaba ligada a un extraño viaje para poder apreciarla.