Un lugar donde todo es posible y la ilusión es el combustible...

lunes, 12 de noviembre de 2012

La opresión de las musas

Llevo unas dos horas frente a un lienzo en blanco. No sé por dónde empezar ni por qué sigo aquí si resulta que no sé ni qué pincel escoger... 
Mis musas han desaparecido, o quizás es que nunca hayan llegado a existir, porque, cuando parece que más necesito plasmar lo que sucede en lo más profundo de mi subconsciente, (al que mi parte consciente está empezando a acorralar en un hueco muy pequeño); ellas me abandonan.

Hago una mezcla de colores para intentar dar con el color que mejor pueda representar el sentimiento que me está oprimiendo el pecho y comienzo a agitar con violencia el pincel a un lado y al otro de la paleta hasta que lo destrozo por completo. Estampo la paleta contra la pared y al caer vuelca un bote de pintura roja  que se viene rodando hacia mí.




-"¡Eso es! ¡Rojo sangre!"- me digo a mí misma y sin dudarlo meto las manos en el tarro cogiendo dos puñados de pintura. La rabia comienza a alimentarse de mis ganas de saciarla y se apodera por completo de  mi voluntad. Es un círculo vicioso: imparable.
Comienzo a restregar primero mis manos y luego mis brazos llegan a arrastrarse de manera muy enérgica, dejándose llevar por la ira que mi subconsciente necesita para manifestar su angustia y su falta de oxígeno.

Después el negro... absorbiendo la poca luz que mis ojos pueden proyectar en el lienzo de un blanco cegador y creando capas y capas de textura impulsiva y descuidada.

Cuando tengo la sensación de estar hiperventilando me desmayo. Caigo al suelo redonda y después de no sé cuánto tiempo... me despierto llorando, completamente agotada y casi sin fuerzas. La poca energía que queda en mi cuerpo se va directa a mis párpados que se abren observando el fruto de mi ira.

Ahí están mirándome mis musas, sonrientes y complacidas. Sólo necesitaban ser liberadas.


jueves, 1 de noviembre de 2012

Nostalgia

Había una vez un cuento que se congeló, pero no porque hiciera frío, sino porque todo el mundo se olvidó de él. Fue un cuento que tuvo mucho éxito entre los compradores los primeros años, pero poco a poco fue cayendo en el olvido. Pasados treinta años, si quedaban ejemplares, estaban perdidos entre algún húmedo desván o en la trastienda de una librería cubiertos de polvo.

Un día, una niña llamada Lucía dio con el libro en un mercadillo de antigüedades y como como la letra era aún muy pequeñita para ella, decidió que lo compraría para leerlo cuando fuese mayor.
Durante un tiempo lo tuvo en un lugar muy visible de su cuarto, esperando que el tiempo pasase muy rápido para poder leerlo. Pero como el tiempo pasaba muy lento, sin darse cuenta, se fue olvidando de la ilusión que tenía por leerlo cuando lo compró y comenzó a poner otras cosas delante. 

Once años después, cuando ya era toda una mujer, hizo reformas en su habitación y al vaciar las estanterías lo encontró. Ahí estaba, esperándola. Había llegado el momento de leerlo.

El cuento narraba la historia de un elegante y honrado galán español que hacía siempre lo que su corazón le dictaba le costase lo que le costase. Era maestro de profesión y dedicaba sus ratos libres a aprender de otros maestros mejores y a ayudar a todos los que se lo pidiesen.
Los enemigos se le multiplicaban simplemente porque era muy bueno haciendo su trabajo y con las personas que de verdad tenía cerca (como ya habréis comprobado por vosotros mismos, no todos los seres humanos son capaces de digerir el éxito o la felicidad del que tienen al lado).

¿Podéis imaginar a un maestro impulsivo, a quien le apasionase su trabajo y que amase por encima de todo la vida? ¿Habéis conocido alguna vez a un maestro que pese a todo confiaba en que su mensaje de verdad podía cambiarle la vida a sus alumnos? ¡Pues este era de esos, de los buenos!

El último capítulo narraba con todo detalle la muerte del maestro y cómo todo el pueblo lloró su pérdida... Lucía lloró su muerte como si la de un ser querido se tratase y no entendiendo muy bien esa reacción que tuvo, pensando al respecto, se dio cuenta de que el maestro de verdad le había enseñado muchas cosas. En ese momento lloró la pérdida de una de las personas que más le había enseñado sin estar a su lado siquiera.

Pasado un tiempo, Lucía entendió que podía volver a revivir a su maestro para volver a aprender de él cuantas veces quisiera; ya que, aunque él estuviese muerto o no fuese real, las enseñanzas que le había transmitido siempre vivirían con ella.

domingo, 7 de octubre de 2012

Un canario amarillo


Había una vez un niño llamado Carlos que jugaba a ser mayor. No tenía ni trenecito, ni tiempo para soñar con hacerlo funcionar.

Era un niño diferente en muchas cosas a los demás, pero algo tenía que le hacía sentir especial: su mejor amigo. Carlos aún no lo sabía, pero su sola existencia se quedaría grabada para siempre en sus recuerdos de infancia. El nombre de su mejor amigo no lo diré, porque no es necesario; sólo diré que era un canario. Sí, el niño tenía por mejor amigo al canario amarillo que vivía en casa de su abuela. 

Cada vez que visitaba a su abuela le daba un beso y como buen pequeñín de la casa se ponía a parlotear cosas que la mayoría de las veces resultaban bastante ingeniosas para un niño de su edad y despertaban en la abuela sorpresa, elogios y mimos constantes que le hacían sentir importante: Carlos era el rey de la casa.

Dejaba de parlotear justo cuando daba con la jaula del canario. Allí se quedaba absorto mirándolo, e intentaba llamar su atención haciendo gestos y ruiditos para ver si así conseguía que el pajarillo le saludara. Cuando por fin conseguía que le piase se sentía importante y el niño sabía que le había reconocido. Entonces empezaba a imitarlo: Carlos intentaba piar para comunicarse con el canario y estaba convencido de que ambos tenían profundas conversaciones.

Justo después como "niño mayor" que era, tenía una responsabilidad asumida: ponerle pan duro en la jaula. -"Abuela, no llego. ¿Me ayudas?"- decía Carlos hasta que empezó a crecer...

Después de un tiempo no era él el que necesitaba la  ayuda, pero la ley de la vida no perdona, se cumple a rajatabla y un día, la abuela murió.
La rabia, la pena y la impotencia lo tiñó todo de color negro y durante un largo período de tiempo Carlos, ya bien crecidito, no podía ver que no lo había perdido todo.

Siempre sería la persona importante que cuidó del canario; siempre sería el rey de la casa que se llevó todos los mimos; y aunque nunca tuvo un trenecito puede decir que tuvo una infancia feliz.


lunes, 17 de septiembre de 2012

El don de la ceguera

Porque el perfecto refugio no necesita ser visto, 
solo sentido.

La tormenta de nieve dejó la casa sin luz. Mirando fijamente el fuego de la chimenea podías ver las chispas sueltas que se elevaban de manera independiente en su combustión. Fuera hacía frío, nevaba y el bosque de abetos que había al fondo parecía escuchar atentamente la música que sonaba en el salón de casa.
Apenas con algo de luz hacíamos sonar el piano que estaba en el lado opuesto a la chimenea.
Era una de esas estampas idílicas que sólo una época del año tan bella y nostálgica como el invierno te podía regalar.


Por suerte, las circunstancias estaban propiciando que una sencilla noche de invierno se convirtiese en un baile de sensaciones como si de un salón de la alta sociedad del siglo XIX se tratase. No había champagne ni vino... pero sí un delicioso chocolate caliente y los efectos entre amarillentos y anaranjados que creaba el fuego en todo lo que nos rodeaba. Un teatro de sombras en una noche que, pese a que otros puedan pensar lo contrario, tenía mucha clase.

La horrible manta de cuadros que me cubría la espalda no hacía más que caerse pero no importaba. Nada más había en esa habitación que lo que contenía y cierto es, que su contenido se multiplicaba poco a poco, mientras nos dejábamos envolver por las circunstancias.

La música surgía lentamente de entre nuestros torpes dedos, que gracias a la oscuridad sentían más que nunca la dureza, la suavidad y el relieve de unas teclas que a duras penas podíamos distinguir con nuestros ojos, pero que bajo nuestros dedos se dibujaban a la perfección.
En el ambiente había una mezcla de olores que te traían la imagen de un buen refugio de montaña. La leña quemándose y el chocolate caliente hacían la pareja perfecta en una noche que las delicias de los sentidos estaban siendo caprichosas como nunca antes. 
El chocolate era el más sabroso que jamás había probado. Todos sus matices (el dulce, el amargo..) parecían explotar en mi boca; pero el oído... sin duda fue el sentido que mejor parado salió: se podían oír hasta los pensamientos.

domingo, 1 de julio de 2012

El sueño de Akari


En una zona recóndita de Japón existe un cuento de los que pasan de padres a hijos y que, todavía hoy se le cuenta a los niños para que no tengan miedo a la oscuridad las noches sin luna...


Había una vez una joven muy muy pobre llamada Akari. No procedía de buena familia, tan solo era una chica huérfana de madre e hija de un comerciante de bambú, pero Akari brillaba con luz propia y de ella decían que desprendía un aura de un blanco cegador. Los que la conocían contaban que era una diosa encarnada; y que, bien pareciendo una joven más, su belleza crecía cuanto más la conocías llegando a ser comparada con el primer rayo de sol tras la noche. Grácil al caminar, parecía flotar entre la multitud...

Una noche, coincidiendo con su dieciocho cumpleaños Akari se postró frente a la tumba de su madre, Midori; encendió incienso y se puso a orar. Era muy pequeña cuando su madre murió y ya pocos recuerdos conservaba. Midori cuando vivía teñía seda para los kimonos y le prometió a Akari que, cuando se hiciera mayor conseguiría ahorrar para hacerle un kimono que ella misma teñiría y sería así la más bella mujer de todo el Imperio de Oriente. Akari lo recordaba con nostalgia. A penas tenía unos siete años cuando su madre le hizo esa promesa y poco después falleció.
Cuando terminó sus oraciones se erigió y se fue a casa. Al llegar dejó sus sandalias junto a la puerta y se fue a dormir.

Aquella noche tuvo un sueño: su madre corría la puerta de su habitación al entrar, dejándole un regalo en el suelo; hecho esto se acercó y le dio un beso en la frente. Fue ese instante en el que Akari despertó y vio la magia. Habían en ese momento en su habitación decenas de arañas de jade tejiendo seda en rojo y oro. El kimono de sus sueños estaba tomando forma y cuando estuvo terminado las arañas ayudaron a la joven a vestirse. En ese momento se deshicieron convirtiéndose en polvo y formando una alfombra bajo sus pies, marcándole el camino a recorrer.
Los pasos la fueron llevando como flotando, arrastrada por el viento que ondeaba su nuevo kimono y sus largos cabellos negros hasta el lago de los cerezos, donde se celebraba el Hanami.

Esa fue la última vez que se supo de Akari. La gente cuenta que las noches sin luna el lago se ilumina y algunos se atreven a decir que las arañas de jade siguen tejiendo seda para que su espíritu camine sobre las aguas de nuevo, flotando con gracilidad como una diosa caída del cielo.

lunes, 4 de junio de 2012

La oración

Corría la década de los años cuarenta y era una mañana de invierno. El frío era punzante, pero como cada mañana, antes de ir a hacer las tareas propias de una mujer como Dios manda (o como estaba bien visto por aquellos entonces) Lola se dirigió a la Capilla de Santa Rita.
Enlutada y con una mantilla negra cubriéndole la cabeza entró en la capilla, mojó su mano con el agua bendita para hacer la señal de la cruz y se dirigió al reclinatorio que había cerca del altar, en un lateral. Lola sacó su rosario de cuentas de azabache y se puso a rezar un día más pidiéndole a Dios que le diera fuerza para sacar de su mente los malos pensamientos que la asediaban. Su marido murió en la guerra y no tenía dónde ir a llorarle y su hijo se encontraba en la cárcel, al igual que le sucedía a miles y miles de mujeres en la España de esos tiempos.
Santa Rita tiene fama de ser la patrona de las cusas imposibles y Lola la veneraba desde niña. Rezaba y rezaba pidiendo que desaparecieran esos deseos horribles de venganza, lo que a ella le parecía imposible...
Día tras día acudía a la capilla, sola y sintiéndose sucia por desear el mal de otras personas, lo que no era propio de una buena cristiana. Cogía el rosario fuertemente entre sus manos y apretaba suplicando a Santa Rita que consiguiera lo imposible, que apartase todo ese odio que le estaba pudriendo el alma y que no le dejaba vivir con la conciencia tranquila: "Dame fuerza y valor para levantarme cada día sin perder la fe "-decía Lola,- "para que así, algún día, si mi hijo vuelve a mi lado pueda ir con la cabeza bien alta y sintiéndome dichosa por no guardar rencores ni sentir odio por aquellos pobres de espíritu que no conocen otra cosa más que el terror."
Ese día fue diferente... Con el frío que hacía Lola no debió ir a lavar a la fuente después de su oración matinal. Una pulmonía la acabó llevando a un hospital de monjas que tenían muy buen corazón pero muy pocos conocimientos de medicina. Al lado suyo había un joven con fiebre amarilla que no dudó en cogerla de la mano al ver que ya tan sólo podía delirar a causa de la fiebre y no le quedaba nada más que sus alucinaciones. Moriría en cuestión de horas. Lola no hacía más que llamar a su hijo Julián, pensando que era el joven que le sujetaba la mano. Pero no lo era. "Julián, Julián, no me sueltes la mano, por Dios. He tardado mucho en volver a estar contigo y si esta es mi muerte, será la más dulce teniéndote de nuevo a mi lado. Sé feliz, hijo. Búscate una buena chica y apóyate en ella para reconciliarte con el mundo." El muchacho pensó que, no le hacía ningún mal acompañar a esa pobre mujer de la mano a la otra vida. Creyó que, quizás lo único que necesitaba era no sentirse sola en ese momento.
... y su corazón dejó de latir.
Lola había muerto con la más dulce de sus sonrisas y en paz con el mundo.

lunes, 28 de mayo de 2012

En el espejo

Para todas esas personas a las que
se les han escapado alguna vez las cosas de las manos

Sobre el espejo había multitud de post-it. Cada uno tenía anotado un concepto diferente, todo eran cosas importantes que siempre debía tener presente Fátima. Ella creía que era un buen sitio para tener todas esas notas porque pasaba horas delante del espejo: era una herramienta de trabajo y las notitas en él eran una forma de motivación y superación. Cada vez habían más post-it con órdenes impuestas por ella misma, objetivos a cumplir y metas que cada vez eran más lejanas y difíciles de conseguir. Poco a poco fue gustándole menos lo que veía en el espejo y ya no tenía más espacio para poner sus notas, pero aún así seguía dándose órdenes en demasía.
Empezaron las obsesiones... intentaba controlar todo lo que se veía capaz de tener a raya, empezando por su alimentación, siguiendo por la limpieza y así hasta convertirse en una maniática con un control excesivo en todo aquello que sí podía dirigir. No le hacía sentirse mejor pero tenía un blanco fácil de conseguir y era capaz de cumplir unos objetivos propuestos. El problema es que nunca tenía suficiente... cuando quiso darse cuenta de que se le estaba yendo de las manos miró hacia atrás intentando dar con el punto exacto en el tiempo en que todo aquello empezó a ser enfermizo pero no lo encontraba. Se sentía realmente mal porque sabía que no era lo mejor para ella pero había llegado demasiado lejos y ya no sabía volver atrás. Se sentía tan poderosa controlándose a sí misma que el espejo ya no era una herramienta, era una droga. Lo bueno de las drogas es que te hacen sentir bien un rato, pero lo malo es que cuando vuelves a la realidad el golpe es mucho más duro y eso le sucedía con el espejo. Le encantaba analizarse delante de él y buscarse fallos, pero pasado un rato tenía tantos que sus complejos eran mayores que antes y se odiaba más a sí misma. Aún así necesitaba encontrarse esos fallos para tener objetivos que cumplir y poder así superarse a sí misma.
Y era la pescadilla que se mordía la cola, hasta que un día no pudo más y acabó con todo de un golpe: rompió el espejo en un arrebato de rabia. Eso no le hizo estar mejor, de hecho se sintió peor que nunca... 

Ella misma era su peor enemigo y no sólo no sabía cómo reconciliarse con aquella imagen que recordaba de sí misma sino que tampoco tenía ya su herramienta de superación.

lunes, 21 de mayo de 2012

Lágrimas

Esta mañana, al levantarme de la cama me he encontrado una carta en la mesilla de noche...

Era del Señor, hacia 1650.
Creo que fue entonces cuando nací; y digo "creo" porque ni sé de años ni sé contar. Mis ciclos vitales se medían por estaciones: primavera, verano, otoño e invierno. Cada primavera me llenaba de vitalidad, en verano daba una vasta y refrescante sombra, perdía mis hojas en otoño y en invierno dormía. En ese tiempo, muy poco a poco, de una pequeña planta habían crecido mis brazos, muchísimos brazos.
Iban pasando las generaciones, los niños corrían y jugaban a mi alrededor, los enamorados se besaban y rallaban sus nombres en mi corteza. Pero no todo eran cosas buenas, porque vi innumerables traiciones, robos, saqueos y asesinatos. Junto a mis amigos más cercanos, los pájaros, pasé ciclos enteros poniéndome cada vez más y más gordo.
Un día, de repente, una fuerte sacudida me despertó de mi letargo secular. Habían pasado casi doscientos años desde que empecé a tener uso de razón y por entonces tenía ya un enorme y fuerte tronco. Notaba algo, golpe tras golpe, hachazo tras hachazo y no sé si estaba llorando o era mi savia que corría despavorida: me estaban apartando de mi vida. No recuerdo muy bien aquello, estaba exhausto.

Pasó mucho tiempo hasta que volví a sentir, pero era todo muy diferente. Notaba que me tocaban, pero no sentía ninguna vitalidad. Estaban acariciando mi madera de una manera muy extraña... parecía que me estuviesen dando forma. Algo sucedió:  "¿Qué es esto? ¿Unas cuerdas? No entiendo nada, ¡alguien debería explicarme qué significa todo esto!"- me decía a mi mismo. "¿Y por qué de repente me pasan esta fusta por encima? Pero, ¿se puede saber qué me estáis haciendo?" Como por arte de magia en ese momento comencé a sentir una vibración impresionante y por mi boca salió un sonido celestial. Tenía voz y podía imitar a mis amigos los pájaros (a los que tanto echaba de menos), podía enamorar, hacer reír, asustar, hacer llorar...
Y mi historia volvió a donde había empezado: volvieron a pasar  por delante de mi una y otra generación. Protagonicé muchas satisfacciones, éxitos y aplausos; pero también intrigas, envidias y lágrimas, muchas lágrimas que, según la ocasión eran de alegría o se convertían en llantos de desesperación.

Y sí, tengo vida. Lo noto todo, lo sé todo. Sonrío cuando ríes y lloro contigo si tú lloras. Eso lo percibe mi madera. Lo siente como cuando me separaron de mis raíces y aquello, que no sé muy bien si eran lágrimas o era mi propia savia, recorría todo mi leño.


Tengo miedo de que la historia continúe por ese punto en el que dejo de sentir. No quiero volver a caer en un profundo sueño.

Fdo: Tu Violín

domingo, 6 de mayo de 2012

Los juguetes viejos

Para las personas que me  han enseñado a ver el mundo con otros ojos. 
Gracias.


En una juguetería del barrio viejo del pueblo, donde había estantes con más años que el suelo de la iglesia; había como tendero un señor muy muy viejo con un delantal, una caja registradora negra y más juguetes de los que nunca seréis capaces de imaginar. Ese señor se llamaba Benjamín Carmona y era un hombre tan amable que la gente del pueblo pasaba a saludarlo y aprovechaban para dar un paseo por la tienda y recordar viejos tiempos con él. Benjamín presumía de saber qué juguete iba bien con cada cliente que entraba por la puerta y no solía fallar.
Aquello era como un museo de juguetes: estaban perfectamente ordenados, colocados y limpios. Las generaciones pasaban y los niños crecían pero por la juguetería parecía no pasar el tiempo. 
En el escaparate y al principio de la tienda estaban las últimas novedades y conforme ibas pasando al fondo te iba transportando atrás en el tiempo. Mi parte favorita era esa, la del fondo. El señor Carmona solía decirme que esos juguetes, los que ya nadie quería eran los que más vida tenían y ¿sabéis qué? en el fondo yo estaba de acuerdo con él, pero siempre acababa llevándome una muñeca último modelo con todos sus accesorios.

Una tarde, yendo yo con mis padres pasamos a saludar a Benjamín. Les dejé junto a la caja registradora con él y me fui corriendo al fondo. Allí estaban los juguetes que en su día fueron el "no va más", pero ya no eran los juguetes que anunciaban en la radio y habían caído en el olvido muchos años atrás; porque según dicen, cuando los niños crecen dejan de jugar. Me fijé en una muñeca de porcelana, un trenecito y la caja de música del último estante. Llamé a Benjamín para que me los bajase, vino en seguida con la escalera y... voilà.
- "¡Son preciosos, Benjamín!", exclamé.
- "Pues aún no lo has visto todo", me contestó.
Acto seguido llevó los juguetes al mostrador para enseñármelos mejor.
La muñeca llevaba un bastón porque estaba cojita, por eso nadie se la había querido llevar; el trenecito era uno de esos viejos trenes a vapor que ya no existían y los niños ya sólo querían tener el más veloz de los "scalextric"; y la caja de música era preciosa. Un poco anticuada, eso sí y quizás por eso aún seguía en la tienda. Entonces Benjamín le dio cuerda a la cajita y se puso a sonar una bella musiquilla al ritmo de la cual las figuritas comenzaron a bailar. El señor Carmona entonces me dijo:
- "¿Ves? los juguetes viejos son los que más vida tienen" y esbozó una sonrisa.
- "No es cierto", le contesté. "La muñeca y el trenecito no hacen nada".
- "¿Cómo que no?" Intervino mi madre.
- "¡Eso, eso! ¡Benjamín pon la radio!" dijo entusiasmado mi padre como si ya supiera lo que iba a suceder.
Benjamín se fue directo a poner la radio y la música empezó a sonar. De repente todos se pusieron a bailar de una forma un poco tonta, haciendo bobadas con los juguetes al ritmo de la música y al ver mi cara de incredulidad, mi padre se abalanzó sobre mi a hacerme cosquillas. En ese momento me cogió y me puso a bailar con mis pies encima de los suyos y luego me cogió en brazos para poder bailar también con mamá.
Y pensaréis... ¡Pobre Benjamín, lo dejasteis solo! Pues no: estaba bailando con la muñeca cojita tarareando la música felizmente: la lara la la... la la... la la...

martes, 1 de mayo de 2012

El baile de máscaras

En la Venecia de los carnavales no es fácil distinguir a los amigos de los enemigos... allí todos llevan máscaras cubriendo sus rostros para que nadie sepa quién hace qué clase de travesuras. Todo el mundo oculta su cara para lucir a cambio máscaras que dan rienda suelta a la fantasía. La realidad deja paso esos días a la ilusión sugerida por la imaginación y el engaño de los sentidos... ¿Quién es quién?

Bianca había recibido una invitación para el baile de máscaras más suntuoso de toda Venecia: el baile que organizaba el Signore Gobbo.
Andrea Gobbo era un intocable de la ciudad. Todo el mundo revoloteaba por interés a su alrededor y nadie se atrevía a enfrentarse al mayor sinvergüenza que jamás había cruzado los canales porque era poseedor de una inmensa fortuna. 
Bianca sólo sabía que era un baile precioso al que probablemente nunca más tendría la oportunidad de asistir, ya que había un número limitado de invitaciones cada año que el propio Gobbo escribía de su puño y letra. No podía desperdiciar esa invitación así que se vistió con sus mejores galas y escogió una máscara sencilla y elegante, fiel a su personalidad. 
Salió de casa y se dirigió al canal en el que la recogería el gondolero para llevarla a la fiesta.
Al llegar se veía todo tan romántico... antorchas, flores en el camino hacia la puerta de la mansión, lacayos con librea a medida y un jardín francés perfectamente cuidado como marco de la escena. Idílico. Cada vez estaba más asombrada del cuidado de los detalles. Dentro era aún mejor: la decoración, la fruta fresca, los pasteles, el vino... todo invitaba al deleite de los sentidos. 

De repente sonó esa música... una bailable música que empezó a transformar a parte de los invitados en seres lascivos y repelentes. Borrachos como cubas empezaron a comportarse como sodomitas. Bianca se sintió fuera de lugar... esa gente tenía un comportamiento extraño. Y ¿quiénes eran? Todo le daba vueltas con un único sorbo de espumoso en el estómago... Parecía imposible.
Empezaba a ser dantesco pensar que esas máscaras tenían personas debajo. ¡Se comportaban como monigotes circenses! Lo peor de todo es que cualquiera podía ser uno de esos seres repugnantes; desde el carnicero del barrio hasta su hermana Carola.
El Signore Gobbo lo observaba todo desde lo alto de la escalera con su máscara roja y negra. Disfrutaba viendo cómo algunos de los "seleccionados" de este año estaban atemorizados ante la situación que conseguían generar sus marionetas. Entre ellos estaba Bianca, que salió corriendo espantada.

Los lacayos no eran tan bonitos a la salida y la música, esa que tanto invitaba a bailar se había convertido en una melodía diabólica que no dejaba de sonar en la mente de Bianca una y otra vez... dando vueltas...

domingo, 22 de abril de 2012

El alba


Porque no hay mayor venganza que el perdón

El viento soplaba con fuerza y Ninette extendió los brazos para sentirlo. Traspasaba su blusa y notaba cómo dibujaba todo el contorno de su cuerpo. Le hacía sentir viva notar que el viento pasaba entre sus dedos, que hacía ondear su melena y que le despeinaba las cejas. Ella creía que volar debía ser muy parecido y cuando necesitaba poner su vida en orden le ayudaba a purificar sus malos pensamientos. Aquello de que "la materia no se destruye, se transforma" era en ella un lema incondicional, sólo que en este caso lo que transformaba eran sus pensamientos: lo negativo se depuraba de tal forma que acababa siendo positivo.
Transformaba la rabia en perdón, el odio en amor, el miedo en decisión y así un sinfín de sentimientos que la hacían comportarse como era.
Siempre había tenido la necesidad de ayudar a los demás y de luchar por las "causas perdidas" que para otros eran algunas personas que vagaban como almas en pena. Quería ver el mundo con buenos ojos, pero desgraciadamente no todos tenían ese concepto de su paso por la vida. El mundo era cruel, egoísta, avaricioso, oportunista y muchísimos más adjetivos que lo hacían cada día más gris, más despreciable, más malo. No se podía confiar en nadie ya, pero Ninette se negaba a aceptarlo de este modo. Si estaba en su mano hacer del mundo un lugar mejor para unos pocos su vida tendría sentido.

Aquel atardecer tuvo una revelación. En realidad ya llevaba un tiempo dándole vueltas a su lugar en el mundo, pero siempre era una ayuda especial ese pequeño contacto con la naturaleza en su estado más puro. Su inspiración volvía como por arte de magia cuando estaba ella sola en su más pura desnudez emocional ante la magnificencia de las sabias fuerzas que hacen de este planeta un lugar habitable...
"Normalmente, la gente que lo pasa mal se convierte en mala gente con el tiempo... ¿voy a dejar que eso me ocurra a mi? ¡Jamás! Tengo que demostrarle al mundo que el dolor y el odio se pueden depurar. Me niego a aceptar la vida como es sin luchar por que tenga sentido, por que la gente se vaya a dormir con una sonrisa en los labios. Conseguiré demostrarle a quienes me hacen llorar que soy capaz de hacer sonreír porque, por muy oscuras que sean las noches sin luna a cada puesta de sol le seguirá el beso de un nuevo amanecer"



domingo, 25 de marzo de 2012

La belleza


Había una vez una muchacha que cantaba como los ángeles. En el pueblo hacían cola bajo su ventana para oírla cantar todas las noches una preciosa canción a la luna que nadie más sabía interpretar. La canción decía así:

"Luna que con tu luz iluminas todo
desde las profundidades del cielo
y vagas por la superficie de la tierra
bañando con tu mirada el hogar de los hombres.
¡Luna, detente un momento
y dime dónde se encuentra mi amor!
Dile, luna plateada, 
que es mi brazo quien lo estrecha
para que se acuerde de mi 
al menos un instante.
¡Búscalo por el vasto mundo
y dile, dile que lo espero aquí!
Y si soy yo con quien su alma sueña
que este pensamiento lo despierte.
¡Luna, no te vayas! ¡No te vayas!"


La muchacha a la que todos envidiaban por su voz era sorda... ella misma no se podía escuchar. La belleza de su voz sólo era apreciada por los demás.
La gente le decía desde la calle que cantaba como los ángeles y aplaudían como locos pero ella no podía oír esos cumplidos, así que decidieron dejarle por escrito su agradecimiento por llenar las noches del pueblo de belleza en su más amplio significado. 
Cuando fueron dos representantes del pueblo a entregarle la carta tuvieron la suerte de verla: una delicada muchacha muy bonita, linda como una muñequita de porcelana les atendió. Llevaba un bastón y al lado suyo tenía una persona con una pequeña y extraña máquina de escribir....
También era ciega. Había perdido la vista en un incendio y sólo tenía para recordar la belleza del mundo su canción a la luna.
Tenía toda la belleza que cualquier humano podría desear, tanto en cuerpo como en alma y no podía disfrutar de ella, así que mandó un mensaje de vuelta al pueblo: 
"Vosotros que podéis disfrutar de la luna no esperéis a que esté nueva para admirarla y si podéis oír el canto de los pájaros no aguardéis a que hayan migrado para añorar su trinar. Recordad siempre que la belleza está donde vosotros queráis encontrarla."

lunes, 19 de marzo de 2012

Desagradecida

"Riiing riiiing riiiiiiiiing" Eran las 6 de la mañana y sonó el teléfono. Nadie contestó...

Hacía mucho tiempo que Monique ya no era la misma. ¿Cuándo sucedió? ¿Por qué empezó a cambiar? Antes cuando iba a la redacción de "Le Monde" donde trabajaba, todo el mundo le decía: "Bonjour Monique! Comment ça va?" con una sonrisa de oreja a oreja. Por todos era conocida como una mujer alegre y positiva; decían de ella que desprendía tanta luz como el sol del Mediterráneo, tan añorado en París.
Pero poco a poco empezó a tener gestos desagradables; y sin explicación alguna cada vez trataba peor a los que tenía más cerca. Se fue convirtiendo, muy paulatinamente en una borrasca feroz en unas ocasiones y simplemente fría y nublada en otras... El sol sencillamente, se apagó.
Un día estaba trabajando frente a su ordenador y al levantar la cabeza vio la redacción funcionando a una velocidad frenética a la que ella no podía engancharse, todo se le escapaba de las manos y ya no tenía hueco allí. No conocía a nadie y nadie parecía reconocerla tampoco: la gente la ignoraba . Se agobió. Salió corriendo dejando todo a medias y se fue a su casa.

¿Por qué? ¿Por qué había sido borrada de la faz de la tierra? ¿Quién había osado gastarle esa broma tan pesada? ¿Por qué tenía la sensación de que estaba sola, de que nadie la conocía, de que... no existía ya?
Era una desagradecida, ese era el principal problema. De la noche a la mañana dejó de dar las gracias, de sonreír, de brillar.... se veía mate, sosa, sin nada que destacase en ella como característica única. Ya no era alguien especial a quién poder tener la suerte de conocer; se había convertido en una influencia negativa para el estado anímico y las vibraciones de los demás.
Quizás se lo había ganado a pulso...
El problema era ella y decidió no hacer más mal a los demás... pensó que quizás lo mejor era sobrevivir sin hacer daño ni ruido. En casa no decepcionaría a nadie más.

Tuvo una última oportunidad de ser alguien normal y de volver a ser feliz... pero no cogió el teléfono.


lunes, 5 de marzo de 2012

La del nicho de al lado

Para los Chatas y los Talentos
y sobre todo para Paquita y para Pepe "el Ganga". 

"¡Anda leche, qué susto!... ya me están llamando desde el otro lado de la pared." Corría la década de los 60 y Carmen, la vecina de Magdalena la reclamaba para tomar el té.
Habían pasado años de penurias. La pobreza y el hambre habían dejado paso a una época de tranquilidad en un barrio nuevo, apartado de la ciudad y creado exclusivamente para realojar a personas sacadas de sus viviendas a la fuerza. Era un barrio humilde, de gente trabajadora y que quizás por sentirse tan despreciados y apartados se unieron como una familia. Eventos como Eurovisión se convertían en la excusa perfecta para sacar las sillas a la calle y ver uno de los acontecimientos del año en la que posiblemente era, la única televisión de todo el barrio.

Las familias de Carmen y Magdalena vivían allí, puerta con puerta y se juntaban con las amigas más allegadas a tomar el té que una vecina suya traía de Francia...
-"Se conoce que la gente que vive en el pueblo reniega de nosotros, como si fuésemos unos apestados. Tú te crees... con la de veces que he limpiado yo sus casas."
-"¡Más honradas somos nosotras que la fresca esa, la que se quedó viuda y se conoce que va de hombre en hombre sacándole las perricas a tós! Lo que pasa es que los ricos mandan."
-"Lo que es menester es que San Pedro haga justicia y no entienda de dineros a la hora de abrir las puertas..."
-"A verás cuando venga la Frasquita, nos tenemos que callar que como le dé el abolunto nos arrea un garrotazo por hablar así".
-"Bueno yo me voy ya, que mi marido está al caer. ¿Mañana me tocas a los tres cuartos pa las cinco?
-"En cuantico el té esté listo."
-"Con Dios."
-"Hasta mañana."
Tenían dinero para poco más que para vivir, pero hablar era gratis.

La vida les fue llevando por caminos distintos según pasaban las décadas y las familias aumentaban un poquito a cada año que pasaba; pero el vínculo casi familiar que les unía les obligaba a juntarse sobre todo en Nochebuena: a cantar los villancicos, a comer jamón y después los turrones... pero el mejor espectáculo era ir a la Misa de Gallo acompañando al ejército compuesto por tres y hasta cuatro generaciones de Chatarreros armados con panderetas, zambombas y botellas de anís. Todos ellos encabezados por Vicente y su guitarra.


Las puertas del cielo no tenían cabida esos días, pero poco a poco fueron faltando personas...
Y fíjense lo que son las paradojas de la vida: Carmen y Magdalena acabaron siendo vecinas también en el cementerio. No sabemos qué les depararía San Pedro, pero la muerte no entiende de clases y esas personas para las que trabajaban y que renegaban de ellas tenían su nicho preparado allí también.

Siempre llega, y a la hora de la verdad da igual lo que hayas tenido en vida, pues tú sólo te vas con lo puesto y a los tuyos les vale con lo que les enseñaste para superar el duelo.




domingo, 26 de febrero de 2012

Los cobardes

Porque los ojos son el reflejo del alma

Había una vez un cuento maravilloso, tanto que nadie se había atrevido a terminar de leerlo jamás. Según dicen, de la historia sólo existía un ejemplar y sus tapas eran gruesas y rígidas, con diferentes texturas para placer del tacto; estaba cuidado en todos sus detalles; no tenía ni una sola rozadura (ni si quiera en las esquinas) ... todos, absolutamente todos los adjetivos con que se podía calificar la edición del libro eran positivos.
Cada párrafo contenía una sorpresa y a cada página que pasaba iba calando más hondo en el lector. Tanto que nadie conseguía llegar hasta el final: todos abandonaban el libro antes de descubrir cuál era su desenlace. Era tan hermoso que nadie lo podía soportar... el súmmum de la  belleza conseguía saturar a quien osase leerlo.
Por lo que ha llegado hasta nuestros días la historia contaba verdades sobre la vida, sobre los sentimientos, sobre el pensamiento humano. Describía a la perfección todas aquellas cosas que los cobardes sólo somos capaces de decirnos a nosotros mismos a solas, entre el silencio y la oscuridad de la noche; esas cosas que habitan en alguna parte blindada en nosotros con un cortafuegos y una alarma contra la intrusión que se dispara con cualquiera que esté a menos de doscientos metros. Esas cosas que muchos desearían volver a nacer por saber expresarlas... Los viejos dicen que ni el mismísimo Lucifer era capaz de leerlo sin reblandecerse, pues en alguna parte, debía quedar algún resquicio de humanidad en él.
Qué relataba el libro no lo sabremos jamás, pues ni si quiera somos capaces de despejar la parte de realidad de toda la leyenda que esta historia ha ido forjando generación tras generación. Y al respecto de los lectores sólo sé que lograron encontrar el verdadero sentido de sus vidas y que, a pesar de que nunca dejaron de ser cobardes sus ojos se tornaban vidriosos cuando "una verdad" se mostraba ante ellos; esa era la señal de que habían conseguido llegar al menos hasta la mitad del libro... el resto era casi imposible, pues cada uno es dueño y señor del sentido de su vida.
Si encuentras algún cobarde que consiga mostrar el brillo de sus ojos en público pregúntale cómo lo hizo, cómo consiguió leer el cuento que desapareció. Pero no le pidas que te hable de su verdad, pues su única respuesta con toda probabilidad será llenar sus ojos de lágrimas.... no sabrá expresarlo, pero no hará falta: sus ojos le delatarán.

miércoles, 25 de enero de 2012

Phoenix

Como el Ave Fénix que resurge de sus cenizas la música volverá a sonar más bella que nunca. Renacerá en tí todo aquello que se puedo haber perdido, pues no se perdió: tan sólo se estaba gestando...

Aunque una y otra vez hayas errado,
también erraron cuantos han vencido;
cuanto más duro el golpe recibido
más honda la lección que habrá dejado.
Tú puedes rescatar, tu sueño hundido
como al bello tesoro más preciado,
así como del barro y sepultado
vuelve el loto a elevarse florecido.
Si el rumbo que una vez has elegido
palpita como un fuego esperanzado,
no dejes que se apague en el olvido.
Luchar, ya es medio triunfo conquistado,
que no importan las veces que has caído 
  si después de caer te has levantado.
                                                          
E. J. Malinowski 
(Poeta argentino)


domingo, 15 de enero de 2012

A paso de tortuga

Había una vez una tortuga llamada Biruji, Biruji Sánchez. Nadie sabía muy bien por qué, pero se consideraba diferente a las demás.
La vida le había ido dando diversas lecciones y la mayoría de ellas le habían llevado a la misma conclusión: dentro de su caparazón no había lugar para el dolor porque allí no sólo no le harían daño sino que no cometería ningún error. No era infeliz cuando salía de ahí, pero estaba mucho mejor dentro de él.
Tanto se acostumbró a estar en su mundo que sólo salía del caparazón cuando era estrictamente necesario. Pero todo el mundo necesita relacionarse con los demás, incluso ella, para no volverse huraña... y eso es lo que Biruji no sabía; de hecho pensaba todo lo contrario. Creía que no era preciso salir del caparazón - "¿para qué salir con lo bien que se está aquí?" - se decía a sí misma.
Pero las circunstancias de su vida cambiaron y tenía que salir... esta vez lo necesitaba pero ya no sabía cómo hacerlo y pensaba que, bueno... quizás no sería tan malo seguir ahí dentro; al fin y al cabo no molestaba a nadie... o eso creía. Lo cierto es que no le hacía ningún mal seguir encerrada en su mundo, con sus cosas... pero tampoco le hacía ningún bien.
Biruji ya no era una una cría, había crecido. Sólo tenía que hacerse a la idea de que aunque fuese a paso de tortuga tenía que hacer un esfuerzo por averiguar cómo salir de su caparazón...