Un lugar donde todo es posible y la ilusión es el combustible...

lunes, 12 de noviembre de 2012

La opresión de las musas

Llevo unas dos horas frente a un lienzo en blanco. No sé por dónde empezar ni por qué sigo aquí si resulta que no sé ni qué pincel escoger... 
Mis musas han desaparecido, o quizás es que nunca hayan llegado a existir, porque, cuando parece que más necesito plasmar lo que sucede en lo más profundo de mi subconsciente, (al que mi parte consciente está empezando a acorralar en un hueco muy pequeño); ellas me abandonan.

Hago una mezcla de colores para intentar dar con el color que mejor pueda representar el sentimiento que me está oprimiendo el pecho y comienzo a agitar con violencia el pincel a un lado y al otro de la paleta hasta que lo destrozo por completo. Estampo la paleta contra la pared y al caer vuelca un bote de pintura roja  que se viene rodando hacia mí.




-"¡Eso es! ¡Rojo sangre!"- me digo a mí misma y sin dudarlo meto las manos en el tarro cogiendo dos puñados de pintura. La rabia comienza a alimentarse de mis ganas de saciarla y se apodera por completo de  mi voluntad. Es un círculo vicioso: imparable.
Comienzo a restregar primero mis manos y luego mis brazos llegan a arrastrarse de manera muy enérgica, dejándose llevar por la ira que mi subconsciente necesita para manifestar su angustia y su falta de oxígeno.

Después el negro... absorbiendo la poca luz que mis ojos pueden proyectar en el lienzo de un blanco cegador y creando capas y capas de textura impulsiva y descuidada.

Cuando tengo la sensación de estar hiperventilando me desmayo. Caigo al suelo redonda y después de no sé cuánto tiempo... me despierto llorando, completamente agotada y casi sin fuerzas. La poca energía que queda en mi cuerpo se va directa a mis párpados que se abren observando el fruto de mi ira.

Ahí están mirándome mis musas, sonrientes y complacidas. Sólo necesitaban ser liberadas.


jueves, 1 de noviembre de 2012

Nostalgia

Había una vez un cuento que se congeló, pero no porque hiciera frío, sino porque todo el mundo se olvidó de él. Fue un cuento que tuvo mucho éxito entre los compradores los primeros años, pero poco a poco fue cayendo en el olvido. Pasados treinta años, si quedaban ejemplares, estaban perdidos entre algún húmedo desván o en la trastienda de una librería cubiertos de polvo.

Un día, una niña llamada Lucía dio con el libro en un mercadillo de antigüedades y como como la letra era aún muy pequeñita para ella, decidió que lo compraría para leerlo cuando fuese mayor.
Durante un tiempo lo tuvo en un lugar muy visible de su cuarto, esperando que el tiempo pasase muy rápido para poder leerlo. Pero como el tiempo pasaba muy lento, sin darse cuenta, se fue olvidando de la ilusión que tenía por leerlo cuando lo compró y comenzó a poner otras cosas delante. 

Once años después, cuando ya era toda una mujer, hizo reformas en su habitación y al vaciar las estanterías lo encontró. Ahí estaba, esperándola. Había llegado el momento de leerlo.

El cuento narraba la historia de un elegante y honrado galán español que hacía siempre lo que su corazón le dictaba le costase lo que le costase. Era maestro de profesión y dedicaba sus ratos libres a aprender de otros maestros mejores y a ayudar a todos los que se lo pidiesen.
Los enemigos se le multiplicaban simplemente porque era muy bueno haciendo su trabajo y con las personas que de verdad tenía cerca (como ya habréis comprobado por vosotros mismos, no todos los seres humanos son capaces de digerir el éxito o la felicidad del que tienen al lado).

¿Podéis imaginar a un maestro impulsivo, a quien le apasionase su trabajo y que amase por encima de todo la vida? ¿Habéis conocido alguna vez a un maestro que pese a todo confiaba en que su mensaje de verdad podía cambiarle la vida a sus alumnos? ¡Pues este era de esos, de los buenos!

El último capítulo narraba con todo detalle la muerte del maestro y cómo todo el pueblo lloró su pérdida... Lucía lloró su muerte como si la de un ser querido se tratase y no entendiendo muy bien esa reacción que tuvo, pensando al respecto, se dio cuenta de que el maestro de verdad le había enseñado muchas cosas. En ese momento lloró la pérdida de una de las personas que más le había enseñado sin estar a su lado siquiera.

Pasado un tiempo, Lucía entendió que podía volver a revivir a su maestro para volver a aprender de él cuantas veces quisiera; ya que, aunque él estuviese muerto o no fuese real, las enseñanzas que le había transmitido siempre vivirían con ella.