Un lugar donde todo es posible y la ilusión es el combustible...

domingo, 26 de febrero de 2012

Los cobardes

Porque los ojos son el reflejo del alma

Había una vez un cuento maravilloso, tanto que nadie se había atrevido a terminar de leerlo jamás. Según dicen, de la historia sólo existía un ejemplar y sus tapas eran gruesas y rígidas, con diferentes texturas para placer del tacto; estaba cuidado en todos sus detalles; no tenía ni una sola rozadura (ni si quiera en las esquinas) ... todos, absolutamente todos los adjetivos con que se podía calificar la edición del libro eran positivos.
Cada párrafo contenía una sorpresa y a cada página que pasaba iba calando más hondo en el lector. Tanto que nadie conseguía llegar hasta el final: todos abandonaban el libro antes de descubrir cuál era su desenlace. Era tan hermoso que nadie lo podía soportar... el súmmum de la  belleza conseguía saturar a quien osase leerlo.
Por lo que ha llegado hasta nuestros días la historia contaba verdades sobre la vida, sobre los sentimientos, sobre el pensamiento humano. Describía a la perfección todas aquellas cosas que los cobardes sólo somos capaces de decirnos a nosotros mismos a solas, entre el silencio y la oscuridad de la noche; esas cosas que habitan en alguna parte blindada en nosotros con un cortafuegos y una alarma contra la intrusión que se dispara con cualquiera que esté a menos de doscientos metros. Esas cosas que muchos desearían volver a nacer por saber expresarlas... Los viejos dicen que ni el mismísimo Lucifer era capaz de leerlo sin reblandecerse, pues en alguna parte, debía quedar algún resquicio de humanidad en él.
Qué relataba el libro no lo sabremos jamás, pues ni si quiera somos capaces de despejar la parte de realidad de toda la leyenda que esta historia ha ido forjando generación tras generación. Y al respecto de los lectores sólo sé que lograron encontrar el verdadero sentido de sus vidas y que, a pesar de que nunca dejaron de ser cobardes sus ojos se tornaban vidriosos cuando "una verdad" se mostraba ante ellos; esa era la señal de que habían conseguido llegar al menos hasta la mitad del libro... el resto era casi imposible, pues cada uno es dueño y señor del sentido de su vida.
Si encuentras algún cobarde que consiga mostrar el brillo de sus ojos en público pregúntale cómo lo hizo, cómo consiguió leer el cuento que desapareció. Pero no le pidas que te hable de su verdad, pues su única respuesta con toda probabilidad será llenar sus ojos de lágrimas.... no sabrá expresarlo, pero no hará falta: sus ojos le delatarán.